lunes, 7 de enero de 2008


Tanto entrenar y, al fin y al cabo, el azar te deja afuera de la final que tanto esperabas. Sos una mecha a la que le cortaron el oxigeno cuando estaba a punto de consumirse. Las cualidades están intactas pero las penas no tienen fecha de vencimiento, y eso te pesa.
De chico te enseñaron a saltar con el tren andando, porque las oportunidades para algunos solo pasan una vez (para otros tantos, nunca). Pero estás cansado de que te cierren las puertas en tu nariz que ya tomó un tono colorado de tanto guantearse con la vida. No entendés como se puede pasar tan rápido de ser el dueño del cielo a tener el piso alquilado, así, en un abrir y cerrar de ojos. Estás comiendo los últimos gajos de tu esperanza y no sabes si eso te genera miedo, fuerzas o ansias.
Y dicen que eso es lo último que se pierde pero a vos todavía te queda la vida o, por lo menos, un músculo inquieto que se contrae y distrae al ritmo de tu decadencia. Y, lo peor de todo, es que sabes que no te lo merecías, pero masticas la bronca calladito porque también te enseñaron que los goles no se merecen. Los goles se hacen.

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